jueves, 19 de febrero de 2009

El hallazgo de las cataratas de Tzuul Tak'a


Nunca antes reportada,esta caída de 115 metros, podría ser la más alta de Centro América. Se encuentra en un apartado bosque de la Sierra de las Minas, entre Alta Verapaz, Izabal y Zacapa. Esta es la crónica de su descubrimiento.

En junio de 2002, durante el ascenso al cerro El Picudo, en la Sierra de las Minas, tuvimos noticias de la posible existencia de una caída de agua en la región, gracias a Ovidio Agustín, habitante de la aldea Morán, de Río Hondo,Zacapa,y gran conocedor de estas montañas. Nos contó que, al internarse de cacería en la montaña por tres o cuatro días, había visto, de lejos, un río que desaparecía. Lo más probable es que se despeñara en un gran barranco,pero nunca se animó a llegar al borde.

Con esta información, el grupo de montañistas Tzuul Tak’a mantuvo la inquietud de explorar la región y encontrar la sospechada catarata. De hecho,desde el año 2000 nuestra actividad se había concentrado en esa sierra, donde hemos escalado 28 cerros y explorado otras ocho caídas de agua.

Por fin, la expedición se planificó para el 28 de noviembre de 2005, con tres montañistas: Luis de la Vega, José Andrés Quintana y el autor de esta crónica. Contábamos con tres guías: Misael Aldana, Henry Orellana y Kelvin Agustín, todos vecinos de Morán,quienes a pesar de su conocimiento de la región afirmaron nunca haber visto la catarata.


Al pie de la aventura

Partimos el 28 de noviembre hacia Morán, donde pasamos la noche. A las 5.30 horas del martes 29 salimos a pie por una vereda estrecha, que por momentos parecía perderse entre bosques de pino, liquidámbar, zacatales y zarzas. Atravesamos cinco ríos de aguas limpias y bebibles, sorteando empinadas laderas. Llegamos a la cumbre de la Sierra tras cinco horas y media de caminata. Desde allí puede verse, de un lado, la vertiente del Motagua, en Zacapa, y por el otro, la del Polochic, en Izabal. La selva es muy exhuberante. Muy poca luz se cuela, aunque todavía es mediodía.

Los guías nos dijeron que hasta aquí sólo se aventura, muy ocasionalmente, algún cazador. Es una zona remota y no hay vereda definida. La caminata es lenta y agotadora, por lo inclinado y resbaladizo del terreno. Por si fuera poco, llovió y se formó abundante lodo. Pasamos otros riachuelos crecidos, recorriéndolos en su cauce. Para no ser arrastrados por la corriente, nos sujetábamos de rocas cubiertas de musgo.

Con las manos y los pies nos sujetamos de troncos y raíces al borde de profundas laderas. A eso de las 14 horas estábamos agotados y deshidratados. La recomendación de los guías fue acampar en el único sitio disponible, que ni siquiera era plano, aunque estaba cerca de un pequeño manantial.

Había espacio sólo para dos tiendas pequeñas y una champa hecha de nailon y hojas de pacaya. Yo me sentía esmorecer, y los compañeros, igual. Eran las 14.30 pero estaba oscuro y el cielo lucía nublado, como anunciando lo que sucedería después: la llegada de la lluvia. Habíamos caminado ya durante 7 horas y 47 minutos.
La noche pasó con lluvia constante y fuerte. El agua se entró en las carpas y para colmo, la duda: ¿Encontraríamos algo mañana?


Tercer día: el hallazgo

Empezamos a seguir el curso de un pequeño río, el cual repentinamente desaparecía. Debe ser el que refería el cazador Agustín. Sin duda se despeña en un precipicio, que parece ser bastante profundo. No podemos acercarnos hasta la orilla, porque es una garganta flanqueada por rocas altas y lisas. No se oye ruido alguno del chorro al caer, pero a lo lejos se ven las montañas. La altitud en este punto es de mil 405 metros sobre el nivel del mar.

El caso es que ahora había que buscar una forma de bajar hasta al fondo del barranco, para ver la catarata desde abajo, si es que la había.


Bordeamos el barranco por el lado derecho, abriendo brecha en la espesa vegetación. Fuimos descendiendo por una ladera con 55 grados de inclinación. Nos sujetamos de lo que podíamos: arbustos, bejucos y ramas. Nos amarrábamos para evitar alguna caída, pues sabemos que la población más cercana está a no menos de 10 horas a pie. Aquí no llega la señal del celular ni podría, en caso de urgencia, aterrizar un helicóptero. Ello por no mencionar que el servicio médico más cercano estaría en Río Hondo, a unas 18 horas de camino. Sin embargo, nos animaba el deseo de ver algo que nunca nadie había visto, y de pronto se empezó a oír el característico ruido de un gran chorro al chocar contra la roca. La emoción crecía, pero aún no veíamos nada.

De Viajando en Guatemala

Tras dos horas y 35 minutos de camino desde la partida del campamento, llegamos al fondo del precipicio y nos encontramos frente al portento blanco: una cascada de incomparable belleza, nunca antes reportada. El altímetro marcó mil 265 metros, lo cual indica que no sólo sería la caída más alta de Guatemala sino probablemente de Centroamérica, con 115 metros de altura. Las 19 horas de caminata efectiva (tomando en cuenta el largo camino de regreso), valieron la pena.

Aquella maravilla no tenía nombre, pues jamás se había sabido de su existencia, y en un arranque de emoción la bautizamos con el nombre del grupo: Tzuul Tak’a.

Emprendimos el regreso y llegamos al campamento a eso de las 15 horas. Comimos y nos acostamos temprano. Afortunadamente, esa noche no llovió. A las 8.41 del día siguiente empezamos el descenso.

Realizamos una segunda expedición, en febrero 2006. En esa ocasión, la medida con altímetro arrojó el dato de 125 metros de altura. La diferencia respecto del primer cálculo pudo deberse a que el clima hace variar la presión barométrica. Por otra parte, la medición con GPS nos indicó 118 metros de altura, por lo que optamos por quedarnos con el primer dato: mide no menos de 115 metros.


Un espectáculo remoto

La catarata Tzuul Tak’a se forma por la Quebrada del Picudo, que nace apenas unos dos kilómetros arriba, alimentada por pequeños riachuelos. El caudal no es mucho, pero sí lo suficientemente grande como para formar una caída visible y definida. El chorro blanco cambia de forma por las ráfagas de viento.

Frente a ella, platicamos acerca de la posibilidad de que aún haya cascadas sin descubrir en Guatemala. Incluso de que podrían existir otras aún más altas, sin embargo, la creciente deforestación amenaza con desaparecerlas para siempre.
Por ahora admiramos el espectáculo de Tzuul Tak’a y pensamos en el tremento esfuerzo que hará falta para salir de este apartadísimo sitio. Sin embargo llevamos en los sentidos la alegre sensación de haber encontrado algo verdaderamente único.

De Viajando en Guatemala
El vuelo del agua
Esta es la lista de las 10 caídas más altas de Guatemala.

El equipo de montañismo Tzuul Tak’a propone las siguientes como las cascadas de mayor altura en el país. Hasta ahora, se consideraba al Salto de Chilascó, Baja Verapaz, la más alta. Aquí se muestra que hay otras tres más altas, lo cual no disminuye su atractivo ni su valor como destino turístico.

  • 1. Tzuul Tak’a, El Estor, Izabal, 115 metros.
  • 2. Pajaj, Soloma, Huehuetenango, 100 metros.
  • 3. Sin nombre, del río Don Domingo, Teculután, Zacapa, 90 metros.
  • 4. El Santuario, Chuvá, Quetzaltenango, 80 metros.
  • 5. Salto de Tucurú, San Miguel Tucurú, Alta Verapaz, 70 metros.
  • 6. Salto de Chilascó, San Jerónimo, Baja Verapaz, 70 metros.
  • 7. Santa Rosalía I, 65 metros; Santa Rosaía II, 60 metros, Teculután, Zacapa.
  • 8. Santa Avelina, San Juan Cotzal, Quiché, 60 metros.
  • 9. Salto de Granados, Granados, Baja Verapaz, 40 metros.
  • 10. Chorro de Cunén, Cunén, Quiché, 35 metros.

Autor: Carlos Beteta

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